13 dic 2011

TIC-TAC sin miedo I : El mundo de los caminos de siempre.

Hoy quiero compartir con vosotros la primera parte del artículo que he publicado en el último número de la revista EDUCADORES: "TIC-TAC sin miedo"; Se trata de la introducción en forma de cuento al que he titulado: El mundo de los caminos de siempre.

Andan las cosas revueltas en el mundo de la enseñanza… “Vivimos tiempos de cambio”, dicen (¿y cuando no? Pensamos).  Siempre hemos asumido con más o menos resignación eso de los “cambios generacionales” y hemos crecido con frases como ¡las cosas ya no son como antes!  ¿Cuántas veces hemos oído esto a nuestros padres o abuelos? ¿Cuántas se lo hemos dicho a nuestros hijos, a nuestros nietos? ¿Qué tienen los cambios de hoy que nos revuelven tanto? Intentaremos presentar la llegada de las TIC como un proceso natural al que no deberíamos tener miedo.
Erase una vez el mundo “de los caminos de siempre” que estaba lleno de “un poco de todo”: cosas buenas y buenísimas,  peligros malos y malísimos,  personas de todos los tipos, muchas maravillas  (algunas a la vista, otras escondidas); Zonas llanas fáciles de recorrer y otras más abruptas, escarpadas y difíciles. Los habitantes del mundo “de los caminos de siempre” pasaban la vida recorriendo sus rincones, hablando con la gente, esquivando los peligros y disfrutando de  lo que tenían. Sólo la muerte ponía fin a su caminar.
Los veteranos sabían por experiencia lo  difícil que era recorrer el mundo (la vida) solos.  Por eso procuraban siempre ir de la mano de alguien que les indicase el camino; algunos estaban especializados en enseñarlos, otros recorrían tantas veces un lugar que terminaban conociendo hasta el último recoveco y gustaban de mostrarlo a todo el que se acercase por allí.
Tener un buen guía era muy importante: te enseñaban a andar, a no tropezar, te descubrían las maravillas escondidas, te enseñaban a mirar hacia lo bueno y te advertían de los peligros. Conseguían que te sintieses seguro. Algunos, es verdad, crecían sin acompañantes, otros se dejaban llevar por la suerte o por farsantes que les llevaban por caminos equivocados y acababan perdiéndose quién sabe dónde, quién sabe cómo…
Había también personas con espíritu explorador que siempre andaban buscando emociones nuevas y se pasaban el día intentando abrir otros caminos que les llevasen a otros lugares; a veces lo conseguían pero siempre, antes o después, se encontraban con grandes precipicios que les impedían continuar. No podían saber cuán grande era el mundo porque barreras infranqueables se lo impedían y les desesperaba pensar en otros  lugares y personas a los que  nunca lograrían acceder.
Un día, un grupo de intrépidos ingenieros se planteó buscar  formas de traspasar esas barreras e imaginaron un sistema para comunicar unas zonas con otras. Se pusieron manos a la obra y consiguieron construir una  rudimentaria pasarela que, aunque difícil de recorrer, les permitió, con esfuerzo y mucho empeño, acceder al mundo “del más acá”. ¡Qué alegría cuando los primeros exploradores llegaron al otro lado y comprobaron todo lo que podían descubrir!
Tuvo tanto éxito la pasarela que enseguida se empezó a hablar de ella, muchos se acercaban y la observaban asombrados pero no todos se animaban a pasar porque tenían miedo a no saber hacerlo: ¿cómo se camina por una pasarela? ¿Y si me pierdo al otro lado y no sé volver?, ¿y si tropiezo?, ¿y si…? Algunos no entendían la necesidad de acceder a esos lugares, ¡como si no tuviésemos suficiente con los caminos de siempre! ¡Si no da tiempo a conocerlos bien! ¿Para qué correr riesgos? ¿Qué se les ha perdido allí?
Otros pasaron al otro lado con diferente suerte: a alguno le gustó tanto lo que encontró que se quedó allí y no regresó, otros, al no tener a nadie que les acompañase, se metieron sin saberlo por zonas peligrosas y volvieron lesionados. Los habitantes del mundo “de los caminos de siempre” hablaban mucho del tema y de las cosas (nada buenas) que se contaban, orgullosos de haberse librado de ellas. ¡Quién les mandaría!, pensaban, ¡con lo felices que eran aquí y lo seguros que estaban!...
Los intrépidos ingenieros no obstante estaban encantados con el resultado de su gran obra así que siguieron proyectando y trabajando para acercar espacios y personas. La primera pasarela era muy tortuosa y había que prepararse a fondo para poder recorrerla, por eso su objetivo ahora era construir algo más seguro, más fácil, más cómodo.  Así llenaron el mundo de atajos, de conexiones, puentes y ascensores muy rápidos que fueron haciendo mucho más grande y atractivo el mundo conocido. Además empezaron a lloverles los encargos de gente que quería instalarse al otro lado y necesitaban un acceso atrayente y cómodo para poder recibir muchas visitas.
Así fue creciendo el mundo “del más acá”, tan rápido que era muy fácil perderse. Creció mucho y muy deprisa integrando espacios antes separados por abismos. La gente se movía de un sitio a otro sin parar, cruzaba pasarelas­, recorría los caminos de siempre (que cada vez estaban más transitados) y, cuando estos se terminaban, se servía de los nuevos accesos para cruzar lo infranqueable y llegar a otro lugar.
Los testarudos seguían sin salir de su territorio observando cómo se llenaba de viajeros que se movían por doquier, a veces congeniaban con ellos y se fraguaban amistades de las que tenían que despedirse en el momento en que había que cruzar la pasarela. Se sentían tristes porque poco a poco se iban quedando solos dando vueltas y vueltas en su amado territorio.
Como los problemas no vienen solos los niños, con curiosidad y sin conciencia del peligro, empezaron a pasar al mundo “del más acá” sin pedir permiso comprobando lo divertido que era conocer lugares nuevos, subían, bajaban, jugaban, encontraban atajos y conexiones nuevas para volver a casa… cada vez pasaban más tiempo allí; algunos se escaparon para no volver, otros se perdieron y hubo que organizar equipos de rescate.
La vida crecía fuera del mundo de los caminos de siempre; Los testarudos observaban como cada vez podían hacer menos cosas sin cruzar la pasarela, se sentían impotentes e incomprendidos y desconfiaban de los que les invitaban a pasar al otro lado, estaban seguros de que sólo buscaban engatusarles para hacerles caer en la trampa. Su mundo era perfecto y seguro y no querían salir de él. Confiaban en que antes o después la moda pasaría, la gente se asentaría y todo volvería a ser como siempre.
Mientras tanto los intrépidos se dieron cuenta de que todo crecía tan rápido que no daba tiempo a preparar guías (acompañantes-maestros) conocedores del  terreno, ni mapas ni planos para ayudar a buscar aquello que no se encuentra. Era muy importante solucionar este problema pues cada vez había más gente perdida o dando vueltas y más vueltas sin saber cómo llegar a su destino. Se pusieron a pensar y se dieron cuenta de que necesitaban que todo el mundo colaborase. Organizaron así  redes de exploración con grupos por todas partes dando cuenta de lo que encontraban en cada sitio y de las novedades que se producían. Se establecieron puntos de información y guías para los viandantes y se enviaron emisarios para enseñar a los testarudos las mejoras que se habían realizado y así convencerles de lo fácil que era ahora recorrer la pasarela y moverse por el más acá.
Juntos, el mundo del más acá con el de  los caminos de siempre  ofrecían posibilidades antes impensables. Los pocos testarudos que quedaron fueron aquellos que no consiguieron vencer el miedo, cada vez más tristes viendo a los demás moverse, cada vez más dependientes de que otros les acercasen aquello que ya no encontraban en su mundo “de los caminos de siempre”.
“Uno de los medios más eficaces para que las cosas no cambien nunca por dentro es renovarlas- o removerlas- constantemente por fuera.
A los tradicionalistas habría que recordarles lo que tantas veces se ha dicho contra ellos: Primero: que si la historia es, como el tiempo, irreversible, no hay manera de restaurar lo pasado; segundo: que si hay algo en la historia fuera del tiempo, valores eternos, eso, que no ha pasado, tampoco puede restaurarse; tercero: que si aquellos polvos trajeron estos lodos, no se puede condenar al presente y absolver el pasado; cuarto: que si tornásemos a aquellos polvos volveríamos a estos lodos; quinto: que todo reaccionarismo consecuente termina en la caverna o en una edad de oro, en la cual sólo, y a medias, creía Juan Jacobo Rousseau.
A los “arbitristas y reformadores de oficio” convendría advertirles:”Primero: que muchas cosas que están mal por fuera, están bien por dentro; segundo: que lo contrario es también frecuente; tercero: que no basta mover para renovar; cuarto: que no basta renovar para mejorar; quinto: que no hay nada que sea absolutamente impeorable” (Juan de Mairena. Antonio Machado)

Próximamente la segunda parte del artículo: Cambio-Velocidad-Miedo

1 comentario:

  1. Gracias Carmen. Me ha gustado mucho. Creo que haré una entrada con tu publicación para que la gente la lea. Gracias por tu aportación.

    Salutaciones.

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